Noches de lluvia y rock&roll.


Son las 17:00 de un domingo y me acabo de despertar. No, de la siesta no, de la "noche". Porque ayer salí con mis amigas y me he metido en mi cama a las ocho de la mañana. Mi madre, que milagrosamente me ha dejado dormir pasando por alto el momento de "televantascomesytevuelvesaechar", me acaba de preguntar qué tal me lo pasé ayer, porque menudas horas. Mis neuronas aún no se han espabilado pero mi memoria reproduce un tráiler difuso y acelerado de mi noche anterior. Me quedo pasmada sujetando mi taza de los Beatles dando vueltas a la bolsita de té y contesto que me lo pasé muy bien con peros. Aunque ahora me pregunto, ¿acaso la noche no fue un gran pero con algunos momentos buenos?. Repasemos:

Las 21:00h ZULU. Facebook: Julia me dice que van a quedar para tomar algo, que Tere ya he vuelto de Londres pero que no pretenden enredarse mucho. Estoy muy cansada, pero accedo.

Las 21:45h. Parada del autobús del 653, 654 y L2 de Majadahonda. Llevo 10 minutos esperando y pienso que para cuando llegue a Madrid, mis amigas ya se estarán tomando la primera caña. Aparece la opción del L2 que te lleva a la estación de Renfe, no a Moncloa. Bueno, da igual, me lo cojo porque hace más frío que robando nieve. Espero cinco minutos en el andén hasta que llega el tren corto que me lleva a Príncipe Pío. Me he traído conmigo el libro de Usted puede ser lo bueno que quiera ser pero apenas puedo leer tres páginas seguidas. Tengo un ligero dolor de cabeza y me está entrando el sueño. Una vez allí me cojo la línea azul del metro para llegar a Tribunal. Como siempre, Tribunal está como el Corte Inglés el primer día de Rebajas. Mis amigas aún no han aparcado y me toca esperar. Me encuentro con mi amigo Naive, nos damos un abrazo enorme y nos contamos cuatro tonterías. Se marcha, tiene que descansar y yo le envidio un poquito. Antes de que me arrepienta de estar fuera de casa viendo una peli, mis tres amigas aparecen al otro lado del paso de peatones con sus respectivos gorritos y a mi se esfuma la pereza.

Las 11:30h. La realidad. Está hasta arriba, pero conseguimos hacernos un hueco en una mesa que parece un pupitre de colegio con sillas de aquí y de allá. Un pincho de tortilla y un par de botellines y empezamos a hablar de nuestras cosas. Yo, de mis actualizaciones amorosas, porque de otra cosa no hay; Julia, nos confiesa creer que está loca por fijarse en un determinado tipo de hombres; Fabra, ahora que lo pienso sólo habla de su Paul McCartney (exceptuando las veces que menciona a Lamet, su adorable profesor de guión); y Tere, de sus preocupaciones por mantener una relación a distancia. Hay tanto bullicio que decidimos ir a otro sitio para no gritarnos y decir cinco "¿cómo dices?" por frase. Vamos a El Prado un bar de barrio cutre pero muy rentable, donde además te sirven un mix de frutos secos y aceitunas pidas lo que pidas, y a mí eso, me conquista. Fabra nos lee un poema de Pedro Salinas y Julia y Tere se emocionan. Yo me apunto ésto en una servilleta porque me parece de película. A fabra y a mí nos pide el cuerpo unos bailes. Salimos del bar y de pronto, el Diluvio Universal. Mierda, yo llevo mis botines camel de ante y el abrigo de paño que mi madre me tiene prohibido que saque en un día de lluvia. Ninguna llevamos paraguas.

01:00h ó 2:00h. Rock&Rolla. Empapadas llegamos, dejamos los abrigos en el suelo y nos arrinconamos al lado de la mesa del Dj. Con mis respetos hacia la gente con sobrepeso, y sin querer ofender a nadie, esa noche había más gente gorda de lo normal. Y nos tocó una que apenas nos dejaba respirar con sus vaivenes de caderas. Nos cambiamos de sala. Tere estaba feliz pudiendo fumar todo lo que quería con un cubata en la mano y Fabra y yo nos echábamos miradas cómplices intentando esquivar al típico amigo pesado que hay en todo grupo de chicos, que se ha tomado más de una mano de copas y no capta tus caras de asco ni tus empujones para que se aleje. Bailamos y cantamos rock&roll como locas hasta que cierran.

3:00h ó 3:30h. RockandRollRadio. Llueve incluso más que antes. Resignada, miro a mis botines que ya tienen la punta de color negro e intento no pensar en ello. Después de regatear con los puertas para colarnos y sólo pagar una entrada, voy directa a la cola de los abrigos y me cuelo. Detrás hay un tío quejándose y apretando sus partes contra mi culo, pero yo ya me he hecho amiga de la chica del ropero y no me importa. Seguimos el procedimiento habitual: baño, barra y bailes. En un momento dado, perdemos a Fabra, y nos ponemos a dar vueltas por el garito. Eso significa que tenemos que atravesar una selva humana, poniendo en peligro nuestra integritad física ya que somos la pandilla Polly Pocket y nos pueden mandar a Pekín de un empujón. La encontramos desesperada porque ha perdido su jersey negro. Intentamos bailar, pero me resulta muy difícil cuando que los chicos que se creen guapos por llevar camisa de leñador se pegan y te plantan su culazo en la espalda y  las divas modernas con cuernos en la nariz pasan sin mirar por delante con su copa dando tumbos, como si no existiera nadie más en el planeta. La noche transcurre entre meneos, copas derramadas en tus vaqueros, chicos latinoamericanos que te preguntan de qué color tienes los ojos y te plantan un beso exótico sin comerlo ni beberlo y tú sólo quieres moverte a tus anchas a más de diez centímetros de distancia de tus amiga.

06:00h. Fin de la noche. Sigue lloviendo. El coche está descansando en el parking de Fuencarral. Queda un buen cacho aún. Me vuelvo a mirar a los pies, las botas están perdiendo su color. Mi pelo está como el de Tina Turner. Paramos un momento para sacar dinero de la tarjeta. ¿Un Bankinter? ¿Por qué no? Me van a cobrar comisión, pero está lloviendo y no pienso dar más vueltas. Meto la tarjeta, la máquina la escupe y en una milésima de segundo la vuelve a meter para dentro. Ha desaparecido y ya nunca la voy a recuperar. Golpeo todos los botones como si fuera a evitar una explosión nuclear pero no hay forma. No obedece. Llamo para anular la tarjeta y pienso que estoy a punto de convertirme en una Borroka y quemar el cajero. Después de soltar veinte tacos por minuto, me pregunto si irme a mi casa o dormir en la de Fabra. Me decanto por la primera así que me dejan en Moncloa.

06:30h. Intercambiador de la Muerte. Luz de neón cegadora, gritos de niñatos borrachos. Miro la hora del siguiente autobús: 07:15. Me quiero pegar un tiro. Subo la escaleras, estoy dispuesta a pagar un taxi hasta mi casa. Espero bajo la lluvia 10 minutos, no pasa ni uno. Vuelvo dentro y llamo por teléfono a la única persona que me puede consolar. Me estalla la cabeza, tengo hambre. Se ha formado una cola digna del Parque de Atracciones en cinco minutos. Espero no quedarme sin sitio. Me subo al autobús con los cristales empañados, me duermo, sueño cosas raras, me despierto a medio camino porque un estúpido me agarra del brazo para no caerse en una curva. Anhelo mi cama, mi pijama, mis calcetines.

07:50h. Portal. Me quito las botas en el ascensor. Me dan mucha lástima. Me miro en el espejo y sonrío. Me digo a mí misma que parezco una quinceañera. Abro la puerta y respiro el calor. Las luces del árbol de Navidad están encendidas. Ya estoy en casa, por fin.

Y ahora, llego a la conclusión de que ha sido una noche para recordar, con todos sus peros. A pesar de que mis botas hayan sufrido una mutación de color; a pesar de que tenga moratones en el brazo; a pesar de no haberte visto.

Comentarios

  1. Las noches malas y regulares hacen que las buenas sean mucho más buenas!!!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares