El día que te leí a Auster.
Fue ese día, cuando te leí uno de mis pasajes favoritos de Invisible de Auster con tanta pasión como si nos estuviera ocurriendo a nosotros. Lo había leído por la mañana en el tren, y releído de camino al trabajo, y de nuevo había vuelto a empezar en el autobús de regreso a casa. Casi me lo sabía de memoria:
"[...]¿Tienes miedo? No, no tengo miedo. No volvéis a mencionar lo que está pasando, os negáis a explorar las ramificaciones de vuestra aventura amorosa, que ya dura un mes, de vuestro matrimonio, pues eso es en definitiva, ahora sois una pareja de recién casados consumidos por un deseo continuo, avasallador: dos bestias sexuales, amantes, íntimos amigos. Las dos ultimas personas que quedan en el universo."
Y me preguntaste si yo me había sentido así alguna vez. Yo ya me había hecho esa pregunta a mí misma sentada en el banco de la estación bajo el frío sol de invierno, soltando vaho por la boca y clavando la mirada en las vías. La verdad, no lo sabía. Me daba igual el pasado, cosa que me extrañaba, porque siempre había sido una de esas personas que no da un paso hacia adelante sin volver la cabeza atrás. Ese día no sólo me olvidé de lo anterior. Ese día, sólo me preocupaba el ahora, contigo.
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