De pintura nada!

Aún no llego a los treinta y sigo viviendo en el dulce hogar de mis padres. Me encuentro en ese momento de la vida en que empiezas a sentirte un poco más adulta y mi habitación, ahora convertida en mi “micropiso”, mi refugio, mi templo – a falta de ingresos para independizarme – debe sufrir LA GRAN REFORMA. Ésta consiste en desprenderme de todos los peluches que han dormido tantos años encima de mi cama, de todas las figuritas que he ido adquiriendo en mis viajes y excursiones, de velas de todos los tamaños, olores y colores, y de sustituirlos por libros, revistas, cajas, archivadores y objetos de persona supuestamente seria.


¿Y qué hacer con las paredes? Primero debo bajar los pósters de mis amores platónicos y cantantes de Rock ya descoloridos y luego se me ocurre dar una mano de pintura. Pensamiento que deshecho al instante ya que la única pintura que conozco es la que me hecho en la cara antes de salir de casa. Se me viene a la cabeza una idea mejor, mucho más cool: voy a comprarme unos vinilos y listo. En todas las revistas de decoración y en mis tiendas preferidas los venden. Hay tantos diseños que no sé ni cuál elegir y surgen en mí unas ansias locas de poner pegatinas por toda la casa. Me entran hasta ganas de tener niños para montar una habitación así, siempre y cuando recojan los cochecitos después de jugar.
 
 
 
Como véis, lo de los vinilos me ha afectado demasiado.
 
Si queréis ver más diseños, pinchad aquí, ¡son una pasada!

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