Defendiendo lo indefendible, o no.
El caso es que estábamos aburridos. Cada uno en su casa y el domingo se nos hacía eterno. Y me preguntaste si creía en Dios. Cuando dije que sí, te sorprendiste y me preguntaste por qué. Nadie me había hecho esa pregunta antes, ni siquiera el cura cuando me confirmé. Contestarte fue un reto, sonreí con picardía y solté un discurso que parecía muy maduro. Tú me seguiste el rollo para ponerme a prueba y averiguar hasta dónde podía llegar. Sin duda, el tema era serio, trascendental y muy personal, pero los dos nos lo tomamos como un juego. Se notaba. Nos estábamos explorando con las palabras. Y de repente, el domingo a última hora voló. Se nos hizo tarde demasiado pronto.
Comentarios
Publicar un comentario